Pero al
finalizar su preescolar, Juan había recibido su silla de ruedas eléctrica, que
le permitiría mayor libertad de movilidad. Si tuvimos alguna duda sobre cuál
habría de ser su actitud al pasar a la silla de ruedas, pronto él se encargó de
demostrarnos una vez más, su actitud positiva y optimista.
Recuerdo que me
dijo: “Abu, ¿cuántos chicos de mi edad pueden manejar un auto con bocina y
todo?”.
Porque para Juan, la silla había pasado a ser su automóvil propio, con
el que aprendería a movilizase no solo en el interior de su casa, sino en las
calles y donde fuera que pudieran llevarlo. Y él SIEMPRE supo ver el lado positivo y bueno de las cosas.
Luchando por las rampas
Ese año debía iniciar el ciclo primario en la Escuela Normal, a pocos metros del Jardín, pero establecimiento tenía escaleras en el ingreso y los accesos a las
aulas tenían escaleras, escaleras para salir al patio, también.
De modo que
iniciamos la lucha para gestionar que se hicieran las rampas, al menos una de
ingreso a la escuela y otra en alguna de las cuatro bajadas al patio. Ya
había en esa escuela un niño con una discapacidad semejante a la de mi nieto,
que se veía en dificultades por la falta de rampas y unificamos los pedidos de
las dos familias.
Entonces, la directora de la escuela dijo que no se podían hacer rampas
porque la escuela perdería su estilo
arquitectónico original, argumento que demostraba sin lugar a dudas la tanta falta de criterio humano de esta profesional de la enseñanza.
Luego, se habló de falta de presupuesto para hacer rampas, pero mi hijo Pablo ofreció hacerlas de
madera, de modo que se pudieran retirar en algunos momentos que no fueran
necesarios, otros padres se mostraron de acuerdo, pero la dirección fue
inflexible.
Después de muchas idas y venidas, reclamos al Concejo Escolar y
publicaciones en los medios locales, se anunció la construcción de rampas, pero ante la manifiesta
hostilidad de la directora de la escuela Normal, los padres del otro niño ya lo
habían trasladado a otro establecimiento y mi nuera obtuvo una vacante para
Juan en la Escuela 28, que tenía rampas de acceso, espaciosos pasillos entre
las aulas, y hasta un baño para discapacitados.
Allí
fue mi nieto, muy bien recibido por directivos, docentes y compañeros. Se hizo
de muchos amigos, uno de los cuales adoptó la función de protector de Juan, lo
acompañaba a todas partes y aseguró que, si alguien molestaba a su amigo,
debería vérselas con él.
Para
entonces, la obra social había entregado a Juan su silla de ruedas a batería,
que él pronto y sin dificultades aprendió a utilizar y conducía como si fuera
un automóvil. A los amiguitos les gustaba treparse en la parte de atrás de la
silla y que Juan los llevara a dar una vuelta.
Hablar
en cualquier lugar de mi nieto, que iba a la escuela 28, era hallar
inevitablemente a alguien que lo conocía y apreciaba, alguien que hablaba de él
con admiración, porque realmente era un excelente alumno, pero además
simpático, alegre y para nada había adoptado la actitud de resentimiento y
desconfianza tan habituales en muchos que sufren una discapacidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario