domingo, 25 de febrero de 2018

CIRUGIA SUSPENDIDA



Juan Pablo nunca hablaba de sus dolores. En una de mis visitas a su casa, le comenté mi dolor de cadera y lo mucho que me molestaba, y entonces él me dijo: "Abu, a mí también me duele mucho la espalda, siempre".  Me quedé helada, porque fue una verdadera sorpresa para mí. Y entonces, aprendí una nueva lección de mi nieto: No hablar de mis dolores. Y no he vuelto a hacerlo.

La operación de columna se convirtió en un tema de conversación ineludible, con el avance de la escoliosis. Como los especialistas exigían determinada calidad de prótesis, importada, el proceso de fue demorando, ya que la obra social, en principio, no estaba dispuesta a cubrir los costos. Pero mi nuera, insistiendo y reclamando, consiguió que terminara aceptando y, con el tiempo, se obtuvo la prótesis elegida por el cirujano que habría de operarlo. Que, según recalcaba mi hijo constantemente, era un cirujano de gran prestigio, muy conocido y con gran experiencia en este tipo de operaciones.

La primer fecha fijada para la cirugía fue el 12 de junio de 2017. Días antes, mi nieto fue padrino de Lola, la hija de Deyanira, hija del primer matrimonio de mi nuera. A la reunión de celebración que se hizo a continuación asistió toda la familia, y en cada momento que tuvimos oportunidad de conversar, volvía a surgir el tema de la operación de Juan. Había una gran inquietud al respecto, temor en algunos, ansiedad en otros, inquietud en todos. Solo Juan parecía imperturbable, con su serena sonrisa, conversando con sus primos, con sus abuelos, jugando con los más pequeños, que veían como una divertida aventura subirse en la parte de atrás de la silla de ruedas para que Juan les diera un paseíto.

La preparación previa a la cirugía resultó bastante agotadora, ya que Juan debía ser bañado varias veces con jabón desinfectante, con un cambio total de ropa cada vez, y el último de esos baños debía ser antes de salir para el Garrahan, en horas de la madrugada, ya que desde Luján hay un largo tramo.
El día previo fui a visitar a mi nieto. En la casa se vivía un clima de caos, con mi nuera preparando la valija con la ropa que habría de llevar para permanecer varios días en el hospital, además de continuar atendiendo las necesidades de Juan y las visitas que desfilaban por la casa para darle un beso, ofrecer ayuda y desearles buena suerte. Realmente, fue una jornada agotadora. Pero continuaba viendo a mi nieto sereno, sin más queja que la dieta estricta que debía seguir en las horas previas al viaje a Buenos Aires para su internación. Me mostró un pequeño libro que le habían dado en los encuentros con una psicóloga del Garrahan, con la que había tenido varias conversaciones con el fin de prepararlo para la cirugía. "Ya lo sé de memoria, abuela -me dijo- lo leí varias veces".

Con mi hijo Alejandro, combinamos para ir juntos al hospital durante la mañana del día 13, porque suponíamos que entre la hora de su llegada y la cirugía pasarían al menos unas horas. Nos despedimos con inevitable preocupación, deseando que todo acabara lo antes posible y de la mejor manera, no sin antes dejar organizado un grupo para comunicarnos las novedades minuto a minuto a través de whasap.

Pero nos esperaba una nueva sorpresa: a la mañana siguiente, cuando ya estaba preparada para salir con mi hijo Alejandro rumbo al hospital, nos informaron que la cirugía se había suspendido porque no había lugar en terapia intensiva, donde inevitablemente mi nieto debería quedar internado durante varios días luego de la operación.



     Luego de la tensión acumulada durante los días previos, la noticia nos pareció una frustración importante. Luego, cuando mi nuera y mi hijo nos contaron que habían llegado al punto de llevar a Juan a la sala de cirugía y hacerlo desvestir, para recién entonces avisar que la operación no podría realizarse, coincidimos en sentir que hubo una falta de respeto hacia la persona de mi nieto y de sus padres. Pero ya nada se podía hacer.

Más tarde, me comuniqué con Juan por whasap y me contó, contento, que lo habían llevado a comer y había pedido una hamburguesa con papas fritas, para compensar las horas de ayuno que había hecho en vano. Lo dijo con alegría, demostrando una vez más su particular manera de ver siempre el lado positivo de todo lo que le pasaba en la vida. Como siempre, me dejó con un renovado sentimiento de admiración.

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