miércoles, 10 de enero de 2018

Mi nieto Juan




    Voy a contar la historia de mi nieto Juan Pablo. Es una bella historia, porque él era bello y toda su vida fue ejemplo de belleza interior, de nobleza, de inteligencia y de una enorme capacidad de empatía, cualidad casi desconocida para la mayoría en los tiempos que corren.

   Corría el último año del siglo XX cuando mi hijo Pablo vino a visitarme y me anunció que iba a ser abuela y, según afirmó con absoluta certeza, iba a tener por fin ese nieto varón que tanto anhelaba.

   No pude evitar sorprenderme, porque hacía pocos meses había iniciado su relación con Sonia, una joven divorciada, madre de una hija de diez años, que formaba parte de un grupo recientemente formado que se ocupaba de distribuir información sobre el SIDA, incluyendo el reparto de preservativos en la plaza central de Luján. Suponía que ellos se estarían cuidando para evitar un embarazo a tan corto tiempo del inicio de sus relaciones, pero no había sido así.
   Por otra parte, el embarazo era demasiado reciente como para que pudieran haber establecido el sexo de la criatura por medio de las ya de moda ecografías, pero mi hijo estaba convencido de que era un varón.
Pasaron los meses y un día, el 16 de octubre del año 2000,  recibí una llamada teléfonica anunciando el nacimiento de mi nieto, por medio de cesárea, y que tanto él como mi nuera estaban bien. 
   Para entonces, yo tenía cinco nietas, dos por cada una de mis hijos varones y una por mi hija Laura, pero fue la primera vez que el anuncio de un nacimiento me emocionó al punto de hacerme llorar. Había llegado Juan Pablo al mundo y para mí fue una alegría inolvidable. Salí disparada hacia el hospital de Luján y pude sacarme una foto con el bebé en brazos, mientras el amor que habría de sentir por él iba invadiendo mi cuerpo y llenándome el alma con una fuerza indestructible.
   Solo un detalle ensombreció la belleza de aquel sublime instante: cuando coloqué mi dedo índice en su diminuta manito, Juan no cerró su puño instintivamente, como era normal que lo hicieran los bebés recién nacidos.
   Horas más tarde, conversando con la madre de mi nuera, ella me comentó que había notado lo mismo. Nos pareció extraño, pero estábamos muy lejos de imaginar que aquel detalle que nos había inquietado iba a resultar una señal de la lucha que nuestro nieto y sus padres iban a tener que afrontar con el correr del tiempo.


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