domingo, 14 de enero de 2018

Mi nieto Juan- continuación-


Con el paso de los días, se iban haciendo más visibles las señales de que algo no estaba funcionando bien en el crecimiento de mi nieto, pero no nos atrevíamos a expresar nuestra inquietud, ante la aparente alegre serenidad con que sus padres sobrellevaban la situación.
No obstante, después de unos meses, mi nuera comenzó a insistir en la necesidad de hacer una consulta con un especialista, porque las etapas del desarrollo de Juan no se iban dando de acuerdo a lo esperado: no podía mantener su cabecita erguida, sus deditos continuaban siendo finos, laxos y sin fuerzas, por ejemplo. 

Mi hijo continuaba negándose a aceptar que su pequeño pudiera tener cualquier tipo de anormalidad y el pediatra que consultaron en un comienzo, que tenía fama de ser un buen profesional, solo hizo comentarios que dieron apoyo a la actitud de negación de Pablo. Dijo este médico que era cierto que Juan tenía laxitud muscular, pero no se trataba de nada grave, sino que le serviría para tener mayor amplitud de movimiento en su cuerpo, que le permitiría hacer pruebas, como los contorsionistas de circo, por ejemplo. A mí me parecía ridícula esa explicación, pero mi hijo continuaba aceptándola, mientras que mi nuera sonreía, sí, pero continuaba insistiendo en la necesidad de una segunda opinión médica.

Finalmente, llevaron a Juan Pablo al Hospital Garrahan, donde su caso pudo ser analizado por diversos especialistas. Hubo un momento en que se mencionó la posibilidad de que tuviera hidrocefalia, porque se le veía la cabeza demasiado grande y la frente muy ancha, y esta posibilidad me llenó de angustia. Para entonces, ya era adicta a Internet y me dediqué a investigar sobre este tema, a la vez que me puse en contacto con un grupo mundial que se ocupaba de hacer cadenas de oraciones por niños enfermos, a los que solicité oraran por mi nieto. Viniendo de una persona no creyente, como soy yo, esto fue una demostración de la crisis emocional que se había apoderado de mí. Pero mi nieto salió airoso de esta prueba, como habría de continuar saliendo de tantas otras en su vida.

Posteriormente, se le descubrió una displasia de cadera, que consiste en el desarrollo anormal de la articulación que hay entre la cabeza del fémur y la cavidad de la cadera, provocando el desplazamiento hacia afuera del fémur, el hueso superior de la pierna. Es lo que se conoce como cadera luxada o luxación de cadera. 
Esta noticia fue una nueva sacudida para la familia, si bien los médicos aseguraron que podría corregirse mediante la colocación de un arnés para mantener sus piernas separadas y de este modo ubicar la cadera en su lugar correspondiente.

En la imagen, mi nieto Juan con el arnés colocado para corregir su displasia de cadera y a su lado, mi nieta Sofía, nacida dos meses más tarde que su primo. Las manitos laxas de Juan siguen siendo una característica visible en él.





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