jueves, 1 de marzo de 2018

EL ADIÓS A JUAN PABLO

Añadido al terrible dolor de la muerte de Juan Pablo, sus padres debieron afrontar las exigencias del orden burocrático, que determinaban que no podría ser trasladado a Luján para su velatorio y posterior entierro sin antes haber realizado un trámite en el cementerio de la Chacarita, donde le hubiera correspondido ser sepultado por fallecer en Buenos Aires. Por cuestiones de horario, este trámite se pudo llevar a cabo recién en la mañana del día siguiente, por lo cual recién el día 14 por la tarde el cuerpito sin vida de mi nieto pudo ser trasladado a la ciudad donde había nacido. Como la Cooperativa Eléctrica de Luján es la que tiene a su cargo el servicio de sepelio, a media tarde la familia se reunión en la sala de velatorio para despedirlo.

Confieso que me costó un gran esfuerzo atreverme a afrontar ese momento. Sentía que mientras no lo viera a mi nieto en el féretro, seguiría teniendo dudas, esperando que todo hubiera sido un error y de pronto, me dijeran que él estaba recuperándose y pronto volveríamos a tenerlo con nosotros. Pero no fue así, y tuvimos que enfrentarnos con la ineludible realidad de la muerte.
Mi nieta Luz, apenas un año mayor que Juan, y Josefina, hija de un hermano de mi nuera, de la misma edad de mi nieto, lloraban desconsoladamente, cada una en un rincón, solas, estremecidas por el inmenso dolor de haber perdido a su primo adolescente. Estuve abrazada a con ellas, llorando juntas, pero tuve conciencia de que ambas se hallaban sumergidas en un estado de aislamiento total, donde no había más espacio que para su propio dolor y ya no podían aceptar consuelo alguno.

Sin embargo, el momento más impactante para quienes estábamos presentes en aquella sala, fue la llegada de los jovencitos que integraban los grupos de competencias de rap. Ellos ingresaron en silencio, sus rostros serios, las miradas absortas, pálidos, desconcertados. Se hizo un profundo y absoluto silencio cuando ellos rodearon el féretro. Uno a uno se acercó a besar el rostro de su amigo, algunos salieron huyendo para esconder sus lágrimas y dominar el llanto antes de regresar. Pasado el primer momento de perplejidad ante la muerte de alguien de su edad, comenzaron a dejarle como obsequio sus colgantes, sus anillos, sus gorras, cualquier objeto pequeño que pudiera representarlos. Luego, salieron al espacio de estacionamiento de la casa de servicios fúnebres y comenzaron a escribir dedicatorias en hojas de papel, que cada uno firmaba. Consiguieron un paño en el que escribieron con fibra algunas dedicatorias y los símbolos que representaban al grupo, incluyendo el nombre que mi nieto había adoptado como seudónimo en las competencias: Ullrich, en alusión a la denominación de la distrofia muscular que lo afectaba.


   Completando el espontáneo homenaje, el grupo de jóvenes iniciaron una competencia de rap, en la que cada uno se refirió a Juan Pablo y contó anécdotas o desarrolló pensamientos sobre él. Era la primera vez que veía este tipo de espectáculo, porque mi nieto nunca había querido que fuéramos a verlo, debido a la dureza con que suelen desarrollarse estas competencias. Pero me emocionó escuchar estas voces juveniles, cargadas de emoción y sentimiento, refiriéndose a Juan, diciendo cosas como que "estará rapeando desde el cielo, entre las nubes".
   El amor de estos chicos se percibía como algo tangible, el dolor y el desconcierto por la pérdida del amigo era conmovedor. No pude evitar agradecerles este homenaje, segura de que mi nieto estaría sonriendo al verlos y escucharlos... si pudiera creer que existe un cielo, un paraíso, un lugar donde los seres buenos y puros como Juan pueden transitar después de haber abandonado este mundo.

     En el trayecto al cementerio parque Los Pinos, el cortejo se detuvo ante la Basílica de Luján, para que un sacerdote diera su bendición. Entonces, me pregunté, cuál fue la bendición divina para mi nieto, que se vio obligado a sufrir tantas limitaciones y dolores a lo largo de su breve vida, para luego morir maltratado por las manos de quienes se atribuyen la representación divina en nombre de una ciencia médica cruel y despiadada. Estaba enojada con los representantes de la religión y con los médicos, aún sigo sintiendo lo mismo que entonces y no creo que vaya a modificar mi modo de sentir en el futuro.

   Mi nieto pasó brevemente por el mundo, pero dejó grandes y profundas enseñanzas y un formidable ejemplo de valor, de generosidad y de fortaleza para sobrellevar las pruebas que tan injustamente le dio la vida.
Sus amigos, compañeros y maestros, siguen recordando continuamente anécdotas que dejan retratada su forma de ser y confirman el lugar que supo ganar en sus corazones.
    Me alegra  haber sido su abuela, que me haya amado, que haya compartido tiempo conmigo, que hayamos jugado y reído juntos, pero sobre todo, saber que soy mejor persona gracias a lo que él me enseñó con su silencioso ejemplo y su sonrisa dulce y serena.
    Durante muchos años en mi vida fui "la señora de...". Luego, por años, he sido conocida como periodista y escritora de Luján.  Pero todo esto ha pasado a ser recuerdos. Mi mayor motivo de orgullo es que soy la abuela de Juan y, aunque él se haya ido, seguiré siéndolo mientras tenga vida.




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